El invicto rey don Juan,
el Segundo, aunque el primero
en el heroico valor,
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en el militar esfuerzo
rey tercio de Portugal,
desde el Santo Alfonso el Bueno
a quien dio sus mismas llagas,
por armas el rey del cielo,
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es hombre proporcionado,
de suerte en mediano cuerpo,
con tal rostro y gravedad
que entre mil hombres diversos
le conocerán por rey
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que luego obliga a respeto.
En las cosas de placer
es afable aunque modesto.
Y en las que son de importancia
humanamente severo;
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en lo blanco de los ojos,
venas de color sangriento,
airado, le hacen temido,
que pone el mirarle miedo,
como alegre confianza
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verle cuando está contento,
porque las venas de sangre
vuelve de color de cielo.
Es bien hecho a maravilla
y galán por todo estremo.
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La habla apacible y mansa,
en los donaires discreto
y en las sentencias tan sabio
que ningún romano o griego
de cuantos celebra el mundo,
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habló mejor a su tiempo;
es hombre sin arrogancia,
de tan altos pensamientos,
que en sus acciones parece
que el mundo le viene estrecho;
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es justiciero y piadoso,
y piadoso y justiciero.
De suerte que es la prudencia
de los estremos el medio,
en mercedes y castigos
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mucho se parece al cielo.
No hay excepción de personas,
quita al malo y premia al bueno,
sabe todos los que son
en su reino beneméritos.
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Y aunque ausentes, no olvidados,
se acuerda de darles premios,
tanto que en Roma, en las Indias
y en Jerusalén viviendo
letrados y capitanes
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que no puede ser más lejos,
las encomiendas y mitras
les envía conociendo
sus méritos y servicios
de que él está satisfecho,
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con que a ser buenos se animan
letrados y caballeros.
Guarda las leyes que hizo
como si fuese sujeto
a las leyes el que es rey,
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y es rey de tan alto estremo
en cosas de religión
que admira tan alto celo.
Contáronle un cierto día
que en una casa de juego
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se blasfemaba el divino
nombre de Dios y sintiendo
este agravio de su honor
mandó que pusiesen luego
fuego a la casa y ardió
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hasta los mismos cimientos.
Desde que murió su padre
a quien volvió a dar el reino
que le había dado en vida,
digna hazaña de su pecho,
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ningún sábado ha dejado
de ver los presos y pleitos
que allá relación llamamos,
en que parece que vemos
un ejemplo en Salomón,
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con divino entendimiento.
Es don Juan en sus palabras
tan cierto y tan verdadero,
que si promete una cosa,
va tan alegre y contento
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el hombre a quien la promete,
como si fuera el efecto;
estima notablemente
a los nobles caballeros,
a los que tratan verdad
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y a los que tienen estremo
en alguna profesión
con que procuran ser diestros
en todas artes y oficios
por el interés y el premio.
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Es en el dar Alejandro
pero da mejor que el griego,
que él miró la propia fama
y este el ajeno provecho.
Tiene un libro de memoria
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donde él mismo va escribiendo
los servicios que le hacen,
que satisface a su tiempo
y con dar a todos tanto,
por otra parte le vemos
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solicitar cuidadoso
su prosperidad y aumento,
ya con las nuevas conquistas
del moro, del indio y negro,
ya con piadosos arbitrios
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de las rentas de sus reinos.
Sus limosnas son tan grandes
que llegan al monte excelso
donde Caterina yace
y Dios legisló su pueblo
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de su divino sepulcro.
Favorece tanto el templo
que se ve bien el amor
que tiene a su santo dueño,
porque jamás por sus llagas
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cosa alguna le pidieron
que la negase, si acaso
no era en daño de tercero.
Es desenvuelto y mañoso,
danza muy galán y diestro,
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y anda tan bien a caballo
que hasta agora no sabemos
quién lleve en entrambas sillas
más fuerte y airoso cuerpo.
Corta de un revés cuatro hachas,
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tal fuerza el brazo derecho
alcanza y tal compostura
de gruesas venas y niervos.
Gusta mucho de la caza,
ya con aves, ya con perros,
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al jabalí por el monte
y a la garza por el viento.
Los más domingos y fiestas
sale a caballo moviendo
los corazones a amor
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con rostro grave y risueño,
que lo que ha de ser amado
es cosa forzosa verlo,
porque solamente a Dios
le amamos y no le vemos.
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Las cosas de su capilla,
como plata y ornamentos,
no reconocen igual;
la música solo al cielo.
Es su devoción muy grande
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a los divinos misterios
y al pan de amor, es su amor
exceso, porque es exceso.
Tiene en cuantas cosas tiene
oratorios bien compuestos
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adonde todas las noches,
que es loable y santo celo,
se retira en oración.
Son sus entretenimientos
músicas, toros y danzas,
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ver luchar fuertes mancebos
y ejercitar varias armas,
pero vanamente emprendo,
no siendo yo Jenofonte,
pintaros con rudo ingenio
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tan nuevo cristiano Ciro,
porque tengo por muy cierto
que para ejemplo de reyes
hizo este príncipe el cielo.