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Valeroso Alfonso el Casto,
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rey de este nombre en Castilla,
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por inclinación dichosa,
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entretanto peregrina;
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ya que no sabes de amor
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por tu bien y mi desdicha,
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porque perdones mis yerros
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escucha atento su enigma:
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un monstruo es amor, con alas,
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de nacimiento, sin vista;
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y porque es fuego en su centro,
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a la salamandra imita.
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Es una Etiopía el hielo,
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y fuego ardiente en las Indias,
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que como alarbe desnudo,
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arco embraza, flechas tira.
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Quiere donde le aborrecen,
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huye de donde le obligan;
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fáciles cosas desprecia
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porque imposibles conquista.
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Hidalgas lealtades rompe,
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voces pone y voces quita:
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este es el amor, Alfonso,
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una quimera infinita.
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De estas cosas, todas hechas,
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mira si hay quien le resista
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este amor, pues a la Infanta
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mi voluntad sacrifica.
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Una noche, justamente,
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desde aquel dichoso día,
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juntó nuestras voluntades
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fuerza de una estrella misma,
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siendo los ojos terceros,
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que son parleras sus niñas.
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Y a pesar de competencias
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que contra celos porfían,
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gocé, en fin, de mis deseos,
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vi mi esperanza cumplida;
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a pocos lances de amor,
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que se acrisola y confirma
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con frutos de voluntades,
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de otro bien me daba albricias;
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la preñez fue de la Infanta,
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aunque primero temida;
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por si al fin prendas de alma
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los gustos inmortalizan,
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pero dos aficionados
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en un lazo eterno vivan,
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de nuestra sangre los lazos
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de amor, lo demás convida.
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Esta noche le dio el parto
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a Jimena, que afligida,
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mi presencia deseaba
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por el temor que tenía.
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Con los dolores postreros
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estaba, cuando mi vista
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fue muerte de su tormento,
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y de su mal alegría.
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En entrando, entre sus brazos,
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con lágrimas infinitas,
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en los de una dama entró
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aun sola la luz de un día.
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Puse en la cama a Jimena,
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con los dolores rendida,
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y al recién nacido infante
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llorando entre estas mantillas.
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Este es tu sobrino, Alfonso,
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hijo de tu hermana misma,
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heredero por derecho
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de León y de Castilla.
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La Infanta, Rey, es mi esposa:
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Dios los agravios olvida.
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Esta merced de ti espero,
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que es obligación precisa.
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Si dudas de mi nobleza,
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yo soy, Rey, don Sancho Díaz,
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que en Castilla ni en León
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no hay sangre, Alfonso, más limpia.
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La antigüedad de mi casa
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no está de ayer conocida,
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que sabes tú que primero,
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como España lo publica,
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hubo Condes de Saldaña,
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que no reyes en Castilla.
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Que no hay otra diferencia
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en tu nobleza y la mía,
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sino ser yo tu vasallo.
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Si estos méritos me quitas,
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ya no hay otra enmienda al yerro,
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sino la que solicita
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mi obligación y deseo
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por razón y por justicia.
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Así mi esperanza premias,
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así tu honor tú acreditas,
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así aquestos yerros doras,
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así, señor, te eternizas;
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así para Rey de España
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infinitos años vivas;
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así de tus brazos tiemblen
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las almenas fronterizas;
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así con altas victorias
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le des fin a la conquista
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de Zaragoza y Toledo
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y la de la Andalucía;
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así los tuyos te adoren
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y tus contrarios te sirvan,
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y a su pesar tu alabanza
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entre las victorias digan.
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Que como quien eres hagas.
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Así a tus plantas se rindan
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tanto los reyes infieles
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como los que tienen crisma.
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Varón heredero tienes
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que llorando te suplica
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en mis brazos esto propio,
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y yo puesto de rodillas.
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Y si con injusto pecho
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otra cosa determinas,
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antes que me dé a prisión,
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perderé, Alfonso, mil vidas.
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Primero, pedazos hecho,
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teñirá mi sangre fría
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las hojas de estos laureles,
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que te obedezca y me rinda.
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Mira, Alfonso, lo que haces;
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por ti o por los tuyos mira,
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que un hombre determinado,
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en nada el vivir estima.
