Bien te acuerdas, rey Fernando,
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que me diste en unas fiestas
un diamante en un anillo,
de mis servicios empresa;
y que viniéndote a ver,
le viste en las manos bellas
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del comendador don Jorge,
aquel de la cruz bermeja.
Reprehendísteme, Rey,
y disculpando tus quejas
te dije que se le di
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a mi mujer en mi ausencia.
Tú me respondiste entonces:
"Pues si se le diste a ella,
ella es razón, Veinticuatro,
que la sortija te vuelva."
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Las palabras de los reyes
son balas de pieza gruesa,
que matan con sólo el aire,
puesto que el cuerpo no ofendan.
Entró la palabra al alma,
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y porque la causa de ella
fuese más cierta, en mi casa
hice luego diligencia.
Díjome un esclavo mío
que los dos hermanos eran,
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de mi mujer y sobrina,
galanes en mi presencia.
Convidélos a comer,
y en los ojos de él y della
leí la historia del alma,
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escrita su luz sin letras.
Fingí una caza de burlas,
y fue la caza de veras,
porque aquella misma noche
a Córdoba di la vuelta.
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Entré por unas paredes
no muy altas, de la huerta,
que fue desde mi deshonra
toda la casa bajeza.
Hallé los Comendadores
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que comían a mi mesa,
acostados en mi cama,
holgando en sus brazos de ellas.
Tenían luces encendidas,
sobre un bufete dos velas;
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mas, como eran cuerpos muertos,
¿qué mucho que las tuvieran?
Tomó don Jorge su espada,
pero Dios, que a tiempos ciegas,
o el miedo que el Sacramento
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pone a quien sus leyes quiebra,
hice que de una estocada
cayese su infamia en tierra,
y que volviese mi honor
a estar sobre las estrellas.
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Desmayóse mi mujer;
dejéla para más pena,
y discurriendo la casa,
maté cuantos hubo en ella:
a don Fernando, a doña Ana,
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dos dueñas, cuatro doncellas,
pajes, escuderos, mozas,
lacayos, negros y negras;
los perros, gatos y monas,
hasta un papagayo, que era
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también traidor, pues hablaba
y no me dijo mi afrenta.
Volvió del sueño Beatriz,
pidióme con voces tiernas
que la diese confesión;
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quísela bien y otorguéla.
Trájola mi esclavo un fraile,
y ya de su culpa absuelta,
la misma espada que ciño,
y que desnudo, que es ésta,
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pasó su pecho seis veces;
y ahora a tus manos llega
desnuda como la ves,
a que cortes mi cabeza.