Don Fernando de Toledo,
señor de Valdecorneja,
y primero Conde de Alba
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(aquel que venció en Requena
la más famosa vitoria
que la antigüedad celebra;
el que desde Écija a Ronda
corrió el Alarbe y frontera.
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Y en Málaga, en su Ajarquía,
[...]
cuando dejando el caballo
en la batalla sangrienta,
hizo a su gente un portillo
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entre lanzas y saetas.
El que con tantas virtudes
taló de Guadix la guerra;
y entre Granada y Jaén
ganó tantas fortalezas).
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Criola mi padre, y le dio
armas, caballo y enseña,
con que a su lado anduviese
como adalid en la guerra.
Pero llevándolos Dios
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a mejor vida, me dejan
encomendado a su padre,
que sus Estados heredan.
Don García de Toledo
a tan alto valor llega,
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que por el Rey don Enrique,
y la Católica Reina,
es primero Duque de Alba,
es Conde de Salvatierra,
Marqués de Coria y señor
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de lo más que el Tormes riega.
Cuando fue el Duque a casarse
de Castilla, a la Duquesa
pediome hiciese mercedes;
y el noble Duque por ella
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me hizo su maestresala,
gajes y ración me aumenta.
Vime ya mozo y galán,
y el oficio y galas nuevas
me dieron atrevimiento
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para pretender con ellas
a una doncella de casa,
hermosa, noble, y discreta,
y a pesar de la lealtad
estoy casado con ella.
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Yo aseguro que entre ti
a este punto consideras
por dónde pudo don Juan
escribir, hablarla, y verla.
Quién duda que estás pensando
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en tantas guardas y dueñas,
que dueñas son en Palacio
los Dragones de Medea;
porque ven más que los linces,
y a treinta pasos penetran
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el papel y el pensamiento,
las palabras y las señas.
Quien pintó Dragón a Palas
en guarda de las doncellas,
no vio dueñas, que es sin duda,
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que la pusiera una dueña.
Pues Mendo, entre tantos Argos,
si quiere amor, se hallan flechas,
porque es amor como el sol,
que por los resquicios entra.
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No digo que la he gozado,
pero que esta noche intenta
entrar por aquellas tapias
a las puertas desta huerta.
Estas salen a estos campos,
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que son del Tormes dehesa,
Tormes, que va a Salamanca
desde la sierra de Béjar.
Bien sé que es grande el peligro,
mas si me meto en la sierra
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junto a la Peña de Francia,
defenderanme sus peñas.
Que aunque sepa, hecho salvaje,
vivir con Brianda, entre ellas
la tendré por mejor vida
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que de los Duques la mesa.
No quiero las esperanzas
de mi señora, ni quieran
mis pensamientos que aspiren
a sus tesoros ni rentas.
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Que esperanzas en señores,
yo sé bien, Mendo, que llegan
a trocar su verde en blanco,
pues siempre en canas se truecan.
A Brianda quïero sola;
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la hora y la senda es esta;
ayudadme, que el consejo
ofende a quien le desprecia.