Ya, Mudarra, que no pueden
tu cuidado y mi desgracia
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encubrir tu nacimiento;
escucha a tu madre Arlaja
la historia que tantos días
cubrió el silencio por causa
de no alterar tu quietud,
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en este engaño fundada.
Vive en Castilla, y en Burgos,
ciudad famosa de España,
un valiente caballero
a quien Ruy Velázquez llaman,
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casado, para mal suyo,
y con una prima hermana
del conde Garci Fernández,
cuyo nombre es doña Alambra.
Siete sobrinos tenía,
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que a las maravillas raras,
siendo hombres y no edificios,
pudieran quitar la fama.
No es posible que no sepas
que los Infantes de Lara
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fueron muertos a traición
en campos de Arabiana.
Pues el padre de estos siete
vino a traer una carta
de su cuñado, engañosa,
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a Córdoba desde Salas,
para que el Rey le cortase
la cabeza, por venganza
de agravios de Gonzalico,
el menor de los Lara;
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que este mancebo tenía
tanto nombre por las armas
y el valor de su persona,
saliendo en su edad el alba,
que le persiguió la envidia
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hasta poner a sus plantas
el más fuerte caballero
que ciñó en Castilla espada.
No quiso matar el Rey
a su padre, ni en sus canas
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ensangrentar su nobleza;
prendiole y diómele en guarda.
No me enamoré del cuerpo,
enamoreme del alma,
de la fama, del valor,
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alto ingenio y sangre clara.
Si flaqueza de mujer
tiene disculpa en quien ama,
la mía sola en el mundo,
pues fue en deseos fundada
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de tener hijos de un hombre
gloria y honor de su patria.
No me engañé, pues naciste
de este cristiano, Mudarra,
tan hijo de su valor
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y con tan alta esperanza.
Las siete cabezas tristes
de tus hermanos, cortadas
más por traición que por fuerza
en la sangrienta batalla,
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mostró Almanzor a Gonzalo
Bustos – que así le llamaban
a tu padre – el mismo día
que se las trujo Viara.
Y viendo su sentimiento,
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lastimado de sus ansias,
le dio libertad, a tiempo
que de ti estaba preñada.
Hicimos en la partida
concierto que si llegaba
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mi parto a luz y hembra fuese,
fuese a mi cuenta el criarla;
pero que, siendo varón,
luego que ciñese espada
se le enviase a Castilla
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para aumento de su casa.
Partió un anillo al partirse;
siempre he tenido guardada
la mitad, que es ésta, hijo,
porque, cuando a verle vayas,
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te conozca por las señas
si no se lo dice el alma.
