La divina Margarita,
señora de España y nuestra,
desde el antiguo Sagunto
partió a la insigne Valencia.
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En San Miguel de los Reyes,
a seis tiros de ballesta,
se aposentó aquella noche,
cifrando en él su grandeza.
Allí el ángel de los cielos
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dio aposento al de la tierra,
y a la gran reina los reyes
de antigua y clara nobleza.
Salió el padre de Faetón
más de mañana por vella,
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a la fama que tenía
más que su sol rubias hebras.
Por el portal de Serranos
el concurso a entrar comienza
de su gran caballería,
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en que se pierde la cuenta;
porque decirte, Aureliano,
nombres, colores, libreas,
es como en serena noche
querer contar las estrellas;
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las huertas de Babilonia,
las que en libros se celebran,
o del famoso Aranjuez,
que ha competido con ellas,
que en su variedad de flores
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no ha visto más diferencia
cuando vierte por abril
su alegre copia Amaltea.
Ya no se precian los ojos
de mirar sedas ni telas,
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que ya les parece poco;
menos quiero plata o perlas.
¡Qué lozanos los caballos,
con las gualdrapas soberbias,
ponen la mano en la cincha
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y con los bocados juegan!
Parece el dueño gentil
entre los pajes, que llevan
árbol florido entre plantas
de jazmín y rosas frescas.
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Quitan diamantes la vista,
las plumas al aire vuelan,
que a los ingenios espantan,
colores el alma alegran.
El murmurar de la gente
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parece viento en las selvas,
entre aquel silencio grande,
el rumor de las abejas.
Vienen los primeros dos
del Conde de Lemos, que eran
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don Francisco y don Fernando
de Castro, gloria y nobleza.
A Carlos, duque de Turcis,
hijo del famoso Andrea,
y a don Diego Mercader,
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como el sol que su luz muestra.
Don Fernando de Toledo
y don Mendo de Ledesma,
el conde de Belarmón
y el príncipe de Manfelta.
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Don Altamos con el conde
de Juste, gallardos llegan,
y don Gaspar Mercader,
bizarro en todas empresas.
Galán don Diego Pacheco,
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mueve los ojos y lengua;
luego el conde de Paredes
y don Alonso Lucena,
don Enrique de Gastón
con el marqués de Corella,
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don Luis de Calatayud
con el vizconde de Güelva.
Aquí la música vino
bien adornada y compuesta.
El alférez de Madrid
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vi luego venir tras ella,
a don Carlos de Arellano,
a Laso, señor de Cuerva;
a don Diego de Santoyo,
a don Pedro de Fonseca,
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a don Fadrique de Palafros
y el señor de Igares entra;
don Martín Alfonso, noble
que tras sí los ojos lleva;
el conde de Ifar y el conde
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de Fuentes, Marte en la guerra;
don Francisco de Velasco,
el de Coca y Salvatierra,
don Antonio de Toledo,
don Jerónimo Viruela;
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de morado el de Ladrada,
y el color que desespera;
Perales, Gonzaga y Lelio,
este en Malta es el que enseña;
don Luis Alfonso y Ruy Gómez,
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don Francisco de Ribera,
don Fortuno de Madiezgo,
el de Arica, Blaga y Berga,
el de Lemos, visorrey,
digno en Nápoles cabeza;
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el gran conde de Miranda,
que hoy a Castilla gobierna;
los duques Cardona y Nájara,
el de Alburquerque y la Cueva,
don Rodrigo de Meneses,
240
don Alonso de Fonseca,
el de Córdoba y Fernández,
de la gran casa de César;
don Enrique de Mendoza,
luego don Sancho de Leiva,
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don Juan, don Alonso Idiáquez,
conde de Orgaz, y el de Belda,
el de Altamira y Coruña,
el de Morata, el de Lerma,
y luego, tras estos dos,
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el marqués de la Povera,
Treviño y Gibraleón,
Navas por Ávila a Celsa,
el de Cerralbo, y el duque
de Pastrana, y su belleza.
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Con don Juan de Sandoval,
que es hermano del de Denia,
don Felipe de Cardona,
el que a Guadalete hereda,
el marqués de Montes Claros,
260
el de Laguna y Cerdeña,
con el Bailío general
el de Canuza y Baltera.
El conde de Casarrubios
con don Juan de Sanoguera,
265
el conde de Villa Alonso,
don Pedro de Castro, Esteban
de Ibarra, conde de Oñate,
el de Saldaña y su tierra,
el marqués de San Germán,
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rayo en la guerra francesa.
Don Luis Ferrer, don Fernando
de Zúñiga.