BENITO.
Pues con él me amanecieron
los rayos de un alba clara;
por sus heroicos abuelos,
por sus generosos padres,
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cuyas grandezas hicieron
que en las de Alejandro y César,
callen el latino y griego.
Hablando en el Duque de Alba,
volví la cara a un mancebo
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que estaba alabando al Duque
de Sesa, y Soma, diciendo:
”Aquí se cifró la gloria
de los Córdobas, que dieron
honra a España, fama al mundo
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y al Rey Católico Reinos.”
Pero dejé de escucharle,
Pascual y Antón, os prometo,
por ver un Príncipe en quien
puso las partes el cielo
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de mas grandeza y valor
que en muchos siglos se vieron.
Ya sabéis que yo no soy
pretendiente lisonjero,
porque más precio una flor
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de un huertecillo que tengo,
que cuantas riquezas cubren
los doseles de sus techos.
No daré tan sólo un paso
por cuantos diamantes bellos
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fueron pedazos del sol
que de sus rayos cayeron.
Pero dar justa alabanza
a grandes merecimientos
mi natural condición
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me obliga, sin otro premio;
que vi, pues, tan gran señor,
otra vez a decir vuelvo;
el de Lerma y Denia digo,
con que digo cuanto puedo.
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Mas porque ofenderse puede
que villano tan grosero
ose tomarle en la boca,
la sello con el silencio,
y porque después de ver
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reyes de armas y maceros
uso de Castilla antiguo,
con reales instrumentos,
vi debajo de aquel palio
la flor de lis de los cielos:
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la soberana Princesa,
por quien dimos igual peso
de estrellas, de sol, de perlas,
que con Isabel nos dieron.
Pintaros de qué manera
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iba aquel ángel haciendo
cielo el palio, es dar a un vidrio
todo el resplandor de Febo;
si os pintara su vestido,
pudiera cualquier discreto
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decirme: “¿En eso ocupaste
los ojos tan breve tiempo?
¿No era mejor ocupalle
en ver el rostro, el cabello,
las manos, la compostura,
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el aire gentil del cuerpo?”
Pues a la fe que paré
más en su belleza atento
que en vestidos y diamantes,
y en el palafrén, soberbio
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de verse con tanta dicha,
porque, a tenerle, sospecho
que, desvanecido y loco
perdiera el entendimiento.
Sus damas yuan después
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con galanes, que quisieron
ver hablar francés a Amor,
y castellano al deseo.
La calle Mayor pasaron,
la Princesa bendiciendo
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de ventanas y balcones,
cuantos verla merecieron;
porque pienso que llevó,
más que perlas y cabellos,
almas y ojos aquel día
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en sus muchas gracias puestos.