Si me hubiera sucedido,
Beatriz, como todas suelen,
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yo estuviera en mi regalo
y descansara dos meses.
Yo le pidiera a don Lope
las cosas raras que tiene
el mar, la tierra y el aire,
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aves, ganados y peces.
Visitaranme, Beatriz,
por momentos mis parientes,
las señoras que hay en Murcia,
que amor y sangre me deben.
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Pero siendo mi desdicha
de la manera que adviertes,
me espanto que estés contenta,
y descansar me aconsejes.
Y para que entiendas bien
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mis desventuras, atiende,
Beatriz, a mi historia triste.
Que si Dios no me tuviese
de su mano en ese punto,
mil pensamientos me vienen
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de que con mis propias manos
procure darme la muerte.
Yo me casé con don Lope,
caballero descendiente
de la ilustrísima casa
1640
de los señores de Vélez,
que esta tierra conquistaron,
de cuyas hazañas tienen
el apellido Fajardo,
de los Alfajares Reyes,
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a quien mató en desafío
el don Juan de quien descienden,
que puesto que yo soy noble,
no tanto como él merece.
El mayorazgo y hacienda
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de mis abuelos procede:
Vera, por parte de padre,
y por mi madre, Meneses.
Viendo que Dios no me daba
hijos que heredar pudiesen
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un mayorazgo tan rico,
pedíselos muchas veces.
Y después que mil novenas
tuve en partes diferentes,
una tarde en una ermita
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–puede ser que tú te acuerdes–,
una mujer con dos niños
de sus pechos tiernamente
asidos, como en la parra
colgar sus racimos suelen,
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que con sus bocas de rosa
bebiendo la blanca leche,
como los tiernos corderos
en los arroyuelos beben,
me pidió limosna humilde,
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a quien yo, soberbiamente,
traté mal, quizá de envidia
de ver que Dios se los diese;
y que una mujer tan rica,
que así lo permite y quiere,
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por los secretos que Él sabe,
mayorazgo no tuviese.
Y entendiendo que de un parto
eran los dos inocentes,
la llamé mujer infame,
1680
no creyendo que pudiese
parir dos hijos de un hombre,
siendo cosa que acontece
por momentos en el mundo.
Y dije que si me hiciese
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preñada, y pariese dos,
mi marido, justamente,
como adúltera e infame,
darme la muerte pudiese.
Maldíjome la mujer
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con lágrimas tan ardientes,
que hasta el cielo penetraron,
y el pecho de Dios encienden.
Pues esa noche, Beatriz,
antes que a Murcia volviese,
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sin duda me hice preñada,
en mal punto, en triste suerte.
El encerrarme contigo
fueron sospechas que siempre
tuve de este mal suceso,
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viendo ensancharse mi vientre.
Tanto, que del cuello en bandas
le traje asido tres meses,
sin osar salir de casa,
ni poder aunque quisiese.
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Parí, Beatriz, como has visto,
no dos hijos, sino siete;
siete de un parto, Beatriz,
no sé yo de quién se cuente.
¡Sin duda Dios me castiga!
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Dios lo ordena, Dios lo quiere,
por las soberbias que dije,
y atrevimientos mil veces.
Pero, pues don Lope es ido
a casa, a mí me conviene
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salir de aqueste peligro,
con tu ayuda de esta suerte.
Toma una canasta grande,
y como que ropa lleves
al río para lavar,
1720
los seis de mis hijos siete
pondré en medio de los paños,
que echados en su corriente
con piedras, el más hermoso
querrá el cielo que me herede.
1725
Vámosle a esconder, Beatriz;
no diga mi esposo ausente
que fui adúltera y me maten,
o los de Murcia me afrenten
porque no digan sus damas
1730
que Lucrecia de Meneses
de un hombre solo, y de un parto,
parió, como puerca, siete.