Salen NUÑO y SANCHO.
SANCHO
Octava real
Magnánimo señor, a quien las [frentes]
humillan estos montes coronados
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de nieve, que bajando en puras fuentes,
besan tus pies en estos verdes prados:
por consejo de Nuño y sus parientes,
en tu valor divino confiados,
te vine a hablar y te pedí licencia,
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y honraste mi humildad con tu presencia.
Octava real
Haber estado en esta casa, creo
que obligue tu valor a la venganza
de caso tan atroz, inorme y feo,
que [a] la nobleza de tu nombre alcanza.
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Si alguna vez amor algún deseo
trujo la posesión a tu esperanza,
y al tiempo de gozarla la perdieras,
considera, señor, lo que sintieras.
Octava real
Yo, sólo labrador en la campaña,
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y en el gusto del alma caballero,
y no tan enseñado a la montaña,
que alguna vez no juegue el limpio acero,
oyendo nueva tan feroz y estraña,
no fui, ni pude, labrador grosero:
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sentí el honor con no haberle tocado,
que quien dijo de sí, ya era casado.
Octava real
Salí a los campos, y a la luz que excede
a las estrellas, que miraba en vano,
a la luna veloz, que retrocede
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las aguas y las crece al Océano.
«Dichosa -dije- tú, que no te puede
quitar el sol ningún poder humano,
con subir cada noche donde subes,
aunque vengan con máscaras las nubes.»
Octava real
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Luego, volviendo a los desiertos prados,
durmiendo con los álamos de Alcides,
las yedras vi con lazos apretados,
y con los verdes pámpanos las vides.
«¡Ay! -dije-, ¿cómo estáis tan descuidados?
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Y tú, grosero, ¿cómo no divides,
villano labrador, estos amores,
cortando ramas y rompiendo flores?»
Octava real
Todo duerme seguro. Finalmente,
me robaron, [señor], mi prenda amada,
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y allí me pareció que alguna fuente
lloró también y murmuró turbada.
Llevaba yo -¡cuán lejos de valiente!-
con rota vaina una mohosa espada;
llegué al árbol más alto, y a reveses
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y tajos [le] igualé a [las bajas] mieses.
Octava real
No porque el árbol me robase a Elvira,
mas porque fue tan alto y arrogante,
que a los demás como a pequeños mira:
tal es la fuerza de un feroz gigante.
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Dicen en el lugar -pero es mentira,
siendo quien eres tú-, que, ciego amante
de mi mujer, autor del robo fuiste,
y que en tu misma casa la escondiste.
Octava real
«¡Villanos -dije yo-, tened respeto!;
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don Tello, mi señor, es gloria y honra
de la casa de Neira, y, en efeto,
es mi padrino, y quien mis bodas honra.»
Con esto, tú piadoso, tú discreto,
no sufrirás la tuya y mi deshonra;
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antes harás volver, la espada en puño,
a Sancho su mujer, su hija a Nuño.