Apenas el alba hermosa,
coronada de violetas,
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por los balcones de Oriente
rubios cejales bosqueja;
apenas del sol los rayos
hirieron altas almenas,
que como otra vez en Tiro
710
miran sus hermosas trenzas;
apenas los animales,
imitando a la soberbia,
manchan bordados tapetes
y en alfombras de oro trepan;
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apenas el ruiseñor
en verdes sauces se queja
a los cristales más puros
que maridajes desprecian,
cuando, ¡oh, famoso Leonardo!,
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toda la ciudad se alegra,
y por las plazas y calles
alegres clarines suenan.
Repicaron desde el alba
las campanas de la iglesia,
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que en el mejor edificio
suspenden sus diferencias.
Amanecieron las calles
hechas una primavera,
donde la invención excede
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a las más sabias ideas.
Ofreció para este día
Milán sus vistosas telas,
sus alfombras Fez y Túnez,
y el indio mar sus riquezas.
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Corrido el sol se miraba,
y sus rayos escondiera,
a no haber pardos celajes
que ocultaron su vergüenza.
Las damas, ninfas del Betis,
740
comunican su belleza,
ya con nuevas prevenciones,
ya con invenciones nuevas.
La plaza, que de ordinario,
es laberinto de Creta,
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ya es hermoso paraíso
y sus confusiones deja.
De los campos Geriones,
doce leones encierran,
nombre que el vulgo les dio
750
y bien propio a su fiereza.
Halláronse en el encierro
la gente noble y plebeya
tan iguales en los trajes,
que apenas se diferencian.
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Confusas tropas se miran;
unos corren, otros vuelan,
otros, briosos y activos,
por las plazas se pasean,
cuando sin darles aviso,
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del toril salió una fiera,
que despreciando rigores,
ser la propia muerte intenta.
Aquí hiere, acullá mata,
ya se retira, ya llega,
765
ya los caballos derriba,
y aquellos por otros deja.
Con todos estos rigores
tanto la gente le aprieta,
que cayendo al suelo muerto,
770
dio fin a tanta violencia.
El senado sevillano
sus deseos manifiesta,
que no hay voluntad cobarde
donde lealtad y amor reinan.
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Pasó breve la mañana,
y los balcones se llenan
de inteligencias divinas,
de sevillanas discretas.
En uno, Leonardo amigo,
780
estaba doña Laurencia,
el fénix de la hermosura
y de Félix compañera.
¿No has visto, el sol eclipsado,
estar suspensa la tierra,
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y entre nublados espesos
la formada competencia,
que volviendo victorioso,
el universo se alegra,
los arroyuelos murmuran,
790
los pajarillos gorjean?
Pues de esta suerte su vista
a toda la plaza altera,
dándole mil bendiciones
con alegres norabuenas.
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Sacó Félix, de morado,
vistosa y rica librea,
cuajada de fénix de oro
entre racimos de perlas.
La banda que dio por hierro
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a Funes, bordada lleva
en la adarga, y por blasón:
“Burlado quedo sin ella.”
Del almirante, señor,
fue la cuadrilla, y en ella,
805
demás de Félix, salieron
Diego Ortiz, Martín de Leiva.
De azul y plata sacaron
el vestido, a la turquesa,
con ellos Juan de Monsalve
810
y Alfonso de la Becerra.
En la segunda cuadrilla
fue Perafán de Rivera,
ilustre casa, de quien
la fama dice grandezas.
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Salió de encarnado y blanco,
y pintada en la tarjeta
dos gigantes que tenían
dos montes en sus cabezas
la letra: “A más imposibles
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mi amor y lealtad me fuerza.”
Con él salieron dos barbas
que saben romper cadenas.
Entró luego despacico
Fernandarias Saavedra,
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cuya espada valerosa
temen moriscas fronteras.
Entró, de leonado y oro,
en un overo que deja
atrás el sol, Pedro Ponce,
830
señor de Zara y Marchena.
Seguíanle muy briosos
Alfonso de Avellaneda,
Juan Fernández de Hinestrosa,
Francisco de Valenzuela.
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Salió el bravo Alfonso Pérez
de Guzmán, conde de Niebla,
que en el castillo de Lúcar
consume bárbaras fuerzas.
Entró de rojado y verde,
840
con él Pedro de Pineda,
Juan de Esquivel y Medina
y el noble Martín Tavera.
Un rucio rodado el Conde
sacó, amigo, que pudiera
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aficionar si miraras
su compostura y belleza.
Alto el pescuezo, las clines
tan largas, que el suelo besan,
que parecían mariposas
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al rigor del viento opuestas;
ancha el anca, el pelo blando,
nariz hendida y abierta,
ojos grandes, larga cola,
cañas enjutas y secas;
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tascando el freno brioso,
tan veloz fue en la carrera,
que el mismo viento no pudo
correr con él las parejas;
según su belleza y brío,
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que desciende es cosa cierta
de los caballos que en Tracia
la gentilidad celebra.
Los caballos, las divisas,
los criados, la grandeza,
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las invenciones y trajes,
todo en silencio se queda,
que te prometo, Leonardo,
que tan imposible sea
como contar desde el suelo
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en el cielo las estrellas.
Hicieron la entrada, y luego
toda la plaza despejan,
cierran las llaves y avisan
los clarines y trompetas.
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Salió un toro, mal he dicho,
salió una furia violenta,
que a desordenadas tropas
sigue, alcanza, mata y deja.
Estaba en la plaza Félix,
880
a quien su divina prenda,
con los rayos de sus ojos,
que no llegue le aconseja.
Mas como amor es valiente
y a los atrevidos premia,
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donde hay más riesgo procura
hacer mayor resistencia.
Terció el bohemio brioso,
y al bravo animal se acerca,
que rumiando blanca espuma,
890
bramando escarba la tierra.
Detuvo el caballo un poco,
y entrándose con violencia
el toro, a un tiempo llegó
el rejón a la melena.
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Furioso un bote le tira,
y haciéndole resistencia
el hierro, pasando el cuello,
sin vida en el suelo queda.
Parabienes dan a Félix,
900
que muy cortesano acepta;
Laurencia a voces le llama
y con los ojos le premia.
Salió otro toro tan bravo
como el león que vio el César
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darle Andrónico la vida
en la romana palestra.
Envidiosos de don Félix,
que hay envidias que se premian,
procuran aventajarse,
910
y entre todos el de Niebla,
con el valor heredado
de su antigua descendencia
y la sangre que en Tarifa
en tabernáculos muestra.
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En un bayo, cabos negros,
al toro, Leonardo, espera,
y apenas la lanza enristra
en la valerosa diestra,
cuando el animal llegó.
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El golpe el Conde le yerra,
y levantando la silla,
sacó luego con presteza
la espada, y diole tal golpe,
que dividió la cabeza
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del cuello, y cayó en el suelo,
desangrado por las venas.
Después de otros muchos toros,
juegan las cañas, y en ellas
estaban cuando entró Celio
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con la desdichada nueva,
ya dichosa, pues te veo
con salud, y que ya Elena,
dejando necios recelos,
alegra a mis brazos llega.