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Detente, por Dios, mancebo,
hasta que mi historia sepas;
que aunque es pública en el mundo,
quiero que de mí la entiendas.
Recién casada y venida
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a Hungría, de Ingalaterra,
sentí soledad notable
de mi tierra en tierra ajena.
Rogué al Rey que me trujese
una hermana más pequeña,
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con licencia de mi padre,
por consolarme con ella.
Partió el Rey, trujo a Faustina,
y, por el camino, ciega
del valor de Primislao,
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a envidiar mi bien comienza.
Llegó a Hungría y mi alegría
hizo a su venida fiestas,
aunque ella en su corazón
hacía a mi muerte exequias.
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Entristeciose conmigo
cuanto me alegré con ella;
de su tristeza en mi casa
echaba culpa a la ausencia.
Creció la envidia y los celos
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hasta que, cayendo enferma,
mi esposo la visitaba,
que era la salud más cierta.
Finalmente cierto día
le dijo que, en mi primera
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edad, amé al rey de Escocia,
y que estaba descontenta
de tenerle por marido;
para lo cual, por mil letras,
le persuadía viniese
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con dos personas secretas
donde, para que me hablase,
le daría entrada y puerta,
de noche, por un jardín;
y que si con gente inglesa
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y suya venir quisiese,
le daría la cabeza
de Primislao, mi marido,
como de Scila se cuenta.
Creyolo el Rey, que era fácil,
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y porque vio contrahechas
algunas cartas, o acaso
porque ya adoraba en ella,
avisando a dos crïados
de confïanza, a estas sierras
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me trujeron para echarme
a las más feroces bestias.
Juntaron muchas y, en fin,
me dejaron en las presas
de sus dientes, una noche,
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y entre sus uñas sangrientas.
Volvieron a Primislao
diciéndole que era muerta.
Pero mirando los cielos
mi desdicha y mi inocencia,
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permitieron que, a mis pies
mansos y humildes, las fieras
me halagasen y me diesen
consuelo entre tantas penas.
Cobré aliento y con algunas
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me fui, mancebo, a sus cuevas,
donde por sus propias manos
comí el fruto destas selvas.
Pasados algunos meses,
las pieles de las ovejas,
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cabras y otros animales,
de mil que trujeron muertas,
curé al sol, y hice vestidos
con que bajé de la sierra
a ver gente y buscar pan
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por las humildes aldeas.
Los pastores, que no habían
visto una fiera tan nueva,
dieron en hüir de mí;
aunque, en las verdes riberas
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deste arroyuelo que lava
los troncos desta alameda,
cogí un villano una tarde,
de quien supe, aunque por fuerza,
que se casó con mi hermana
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el Rey: perdona que vengan
lágrimas a interrumpir
las palabras a la lengua.