¿Ya te olvidas?
Escucha y no te diviertas:
la prima de Estefanía,
como el sol hermosa y bella
cuando en los brazos del alba
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tiende la rubia madeja,
y a cuyos dorados rayos
dan espaldas las tinieblas.
No fui tan presto pagado,
Conde, como Amor quisiera,
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que en materia de deseos
se enciende como cometa;
pero una larga porfía,
una perpetua asistencia
y la ocasión de tener
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lugar de hablarla y de verla
después que dio cuatro veces
sus tornos la luz febea
desde el Vellocino al Pez
austral, que Siria venera,
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rindió Clavela a mi amor
sus heladas resistencias,
mostrándose agradecida
cuanto desdeñosa y fiera.
Tratábamos de dar fin
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a nuestras dichosas penas
con el matrimonio santo,
que es de amor disculpa honesta,
cuando Bernardo de Roca,
mi hermano menor, por Delia,
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una dama catalana
hija de Claudio Centellas,
dio muerte a un hijo bastardo
de su padre de Clavela,
de su mocedad imagen,
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que fue por bandos inquieta.
Con esto al padre jamás
osé decir, ni aun hubiera
quien se atreviera en el mundo,
aunque sin dote ni hacienda,
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que me diese por mujer
a Clavela; con que llega
nuestro amor a desatino,
que la privación le aumenta.
En la sazón que llegaste
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a Barcelona nos ciega
de tal manera el Amor,
que, sin guardar a las prendas
de sangre y honor respeto,
Clavela su honor me entrega.
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Esto supiste de mí
cuando, pidiéndome señas,
dije “la del abanillo”,
de cuya palabra necia
han nacido dos agravios;
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pues alzando la cabeza,
ya le tenía tu esposa
y pensaste que era ella:
que por lo que me ha contado
y la maltratas y dejas,
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he conocido la causa.
Así, que vengarte en ella
y en mí, que no te ofendí,
en dos agravios se cuenta.
Su llanto, Celio, me obliga,
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tu amistad y mi conciencia,
al desengaño que ves;
porque si pidió Clavela
el abanillo prestado
a tu esposa y yo las señas
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te di cuando le volvió,
sin ver entonces quién era
la dama que le tenía,
segura está su inocencia
y culpada tu justicia.